jueves, 11 de marzo de 2010

La sonrisa de mi abuela





Dejé su cuerpo en el cajón, su cuerpo que no era más allá que un paquete de galletas, liviano.

Una levedad
me azotó el alma,en mis brazos habían años de sacrificio.

Por esas cosas hermosas de la vida fui su primer nieto, 
dicen el más mimado, muchos años después daría cuenta de ese misterio; se aman profundamente los hijos de tus hijos. 
Su cuerpo siempre menudo se escabullía por los quehaceres de la cotidiana vida, los veranos junto a mis abuelos siempre fueron las mejores vacaciones.

Disfrutaba del sabroso mejunje de tomates con ajo picado en piedra; en mi País chancho en piedra, acompañado de unos pancitos recién horneados. 
Las tardes eran tan largas, los meses del verano eternos, pero esa eternidad feliz, esa felicidad constante 
de la vida, lo mejor de mi dicha; eramos pocos, con los años llegarían infinidades de nuevos nietos, con sus gritos, 
y sus madres, mis tías, corriendo detrás de ellos. 
Yo simplemente contemplé a mi querida vieja, una vez en su cajón, su cuerpo diminuto, su pelo blanco, su cara ya con esa abismante señal de la muerte; tenía 10 años y todavía dormía con ella, deja a tu abuela que respire! me decía mi madre, 
inmediatamente le contestaba mi vieja; deja a mi chiquillo tranquilo, me sentía tan protegido. Le cubro con su chal preferido las piernas, para que en su viaje a la eternidad no sienta el frío de está partida. A mis 30 años cuesta contener las lágrimas y no llorar por esta mujer hermosa, por todo lo que dio en sus días, cerré el cajón marrón,llamé a mis hermanos, sus nietos también, entramos a la Iglesia, ocho nietos sostenían a la abuela, muchos lloraban, la dejamos cerca del púlpito, me senté al lado 
de mi madre, miré el cielo de la capilla, respiré hondo, me pareció ver en los adornos de la nave en el cristo crucificado; la sonrisa de mi abuela.

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